VIDA EN COMUN
La mayoría de nosotros hemos crecido creyendo en los cuentos de hadas. Soñábamos con el día en que aparecería nuestro «príncipe azul», nos enamoraríamos y terminaríamos casándonos y siendo felices para siempre. Y ahí, justo donde acaban los cuentos de hadas, empieza la vida en común de la pareja. Nunca llegamos a saber cómo les fue a Cenicienta y a Blancanieves con sus Príncipes. En realidad, uno no conoce a la otra persona hasta que vive con ella.
Al comenzar la vida en común pueden aparecer los primeros síntomas de desilusión y desencanto y ambos cónyuges vivir con cierta sorpresa el hecho de que en la intimidad cada uno ponga de manifiesto las características mas inmaduras y regresivas de sí mismo. Mientras duró el noviazgo posiblemente la pareja estuvo tan cerca que no podían verse el otro lado, aquella parte oscura y no resuelta de uno mismo, que por cierto existe en todas las personas. Así, comienzan a salir a la luz, en busca de una buena resolución los conflictos internos derivados de la propia familia.
La integridad de los lazos familiares debe ser objeto de constante atención, y no han de vulnerarse los derechos de sus integrantes.
‘Abdu’l-Bahá, Promulgación pág.168
Muchas personas cuando se enamoran en el fondo esperan que su pareja satisfaga las esperanzas insatisfechas y los anhelos frustrados. De alguna manera se le pide al compañero, se le exige más bien, aquello que no se recibió de los propios padres y de él se espera inconscientemente que las «repare», ya que se supone que si nos ama ha de saber lo que necesitamos y tiene que satisfacernos en todo momento. Pero realmente ….
Cada uno de nosotros es responsable de una sola vida, y es la nuestra.
Shoghi Efendi. Vivir la vida
Sucede a menudo en las parejas que, precisamente aquellos cuyos padres no consiguieron resolver satisfactoriamente la dialéctica del matrimonio tienen mayores expectativas hacia su cónyuge y experimentan de forma más dolorosa la sensación de haber sido defraudado o traicionado.
Comprender de qué modo el pasado afecta a nuestras relaciones actuales nos libera y ayuda a aceptar mejor las turbulencias y vaivenes del amor. Clarificar los sentimientos, motivaciones, expectativas y la dinámica inconsciente de cada uno; aceptar al otro como es y no como nos gustaría que fuera, sin sobrecargarle de los propios miedos y dificultades, y responsabilizarse de las propias necesidades y deseos; todo esto, que no es poco por cierto, forma parte del proceso de convertirse en una pareja sana y funcional.
El superar la crisis de desencanto del principio de la vida en común, el «caer del guindo» y «aterrizar» supone acabar con esas expectativas idealizadas que tenemos sobre el amor, el compañero y la relación de pareja, y da lugar a un amor más maduro y realista. En la práctica el camino para llegar a conseguirlo pasaría por empezar a hablar desde el «yo»: quiero…, necesito…, temo…, anhelo…; expresar las propias confusiones y miedos, comunicar los deseos y fantasías, hacerse responsable de las propias dificultades y carencias, y a la vez, permitir al compañero y darle la oportunidad de que haga lo mismo. A cada uno le corresponde conocerse o como dice la siguiente cita:
…El hombre debe conocer su propio ser y conocer aquello que lleva a la elevación o a la vileza, a la vergüenza o al honor, a la prosperidad o a la pobreza.
Bahá’u’lláh. The Bahá’i World, pág. 167
Cuando los recién casados inician la convivencia deben establecer diferentes acuerdos. Tienen que encontrar nuevas maneras de relacionarse con las familias de origen respectivas, los amigos, los aspectos prácticos de la vida en común, etc. En el proceso de elaboración de los acuerdos pueden surgir diferencias, unas veces grandes y otras más pequeñas, que de forma explícita o sobreentendida han de resolverse. Las decisiones que se toman tienen mucho que ver con lo que cada uno aprendió en su familia de origen, e incluso en ocasiones, pueden verse afectadas por la excesiva ligazón con los padres. De todos es sabido la diferencia que hay entre la idea que se tiene del matrimonio antes de casarse al hecho de pasar por la experiencia real.
Así mismo, la pareja debe elaborar el modo de encarar los desacuerdos, que inevitablemente surgen en la convivencia. Al principio, se tiende a evitar las discusiones y las críticas abiertas para no herir al cónyuge y así romper la armonía. Más adelante, es posible que al estar irritados puedan verse envueltos en una pelea. En algunas parejas hay temas que no acaban de resolverse y van quedando «aparcados», entonces puede suceder que la pelea se inicie por cosas sin importancia, cuando en el fondo, el motivo principal de la discusión sea por estas cuestiones a las que no se ha encontrado solución. Así, se va elaborando la manera de resolver los desacuerdos y de clarificar cuestiones. Algunas veces la pareja no encuentra soluciones satisfactorias para uno de ellos o para ambos y esto trae consigo un cierto malestar. Es en este período, cuando los cónyuges pueden aprender a usar tanto el poder de la imposición como el poder manipulativo de la debilidad y la enfermedad.
Sin embargo, en todo grupo, por muy amorosa que sea la consulta, de tiempo en tiempo han de surgir puntos irresolubles de desacuerdo. Por otro lado no caben mayorías allá donde sólo entran a decidir dos partes, como sucede entre esposos…
Carta de la CUJ a la AEN de Nueva Zelanda 28/12/80
A menudo y de forma alterna se tiene que ceder ante determinadas situaciones y realmente la capacidad de abordar las diferencias estabiliza y mejora la calidad del matrimonio. Las diferencias son, en un principio, lo que nos atrae de la otra persona y posteriormente, en ocasiones, estas mismas pueden percibirse como una amenaza a la unidad de la pareja. En el fondo, las diferencias son oportunidades para crecer y nos enriquecen. Aceptarlas, y al mismo tiempo disfrutar de ellas, implica respeto y valoración de uno mismo y del compañero. El reto del matrimonio es encontrar la manera de resolver nuestras diferencias constructivamente. El equilibrio de poder en la pareja es importante y el quid de la cuestión es encontrar un equilibrio satisfactorio para ambos.
La pareja afrontará con éxito las continuas adaptaciones que implica la convivencia si son capaces de hablar de sus dificultades, si se enfrentan a ellas en lugar de rehuirlas, si se apoyan mutuamente en vez de recriminarse, si logran hacer pactos satisfactorios para ambos, etc. Si todo esto sucede la relación de pareja será buena y gratificante, de lo contrario habrá continuas quejas, discusiones, reproches y malestar, situación que, a la larga, puede llegar a deteriorar a la pareja.
Seamos realistas y librémonos del mito de la pareja perfecta. Un matrimonio feliz no surge por arte de magia, como en los cuentos de hadas, y tampoco basta un intercambio de promesas conyugales para crear un estado de amor y satisfacción total. El matrimonio no está exento de fragilidad y en su proceso evolutivo atraviesa diversas crisis, crisis que son más llevaderas si la pareja es flexible, es decir, si consigue adaptarse a las diferentes circunstancias cambiantes. Para formar un buen matrimonio la pareja ha de construir un «nosotros» en el que estén plenamente integrados el «yo» y el «tú». El objetivo primordial es lograr una relación más profunda y madura.
En resumen, la atracción y la armonía de las cosas son la causa de la producción de los frutos y de resultados útiles, en tanto que la repulsión y la falta de armonía entre las cosas son la causa de perturbaciones y de la aniquilación.
‘Abdu’l-Bahá, Bahá’i World Faith, pág. 295
Maria Ferrer- Psicóloga